Cuando estuve de auxiliar en Seguridad trabajando...y otros trabajos más en el aeropuerto.

Tengo que admitir que repetiría. Era muy divertido, a la vez que normativo, rígido y físico, mal pagado a rematar...pero para mí, fabuloso.

Empecé en 2013. Dos días, ayudando a colocar sus objetos personales a la gente en el aeropuerto, y dando indicaciones. Me tocó una huelga y un despido como a varios. 

Volví en 2015. Tras Dercután, perdida de 10 kilos en el gimnasio, está vez era un puesto nuevo, un gran grupo más los existentes, y seguridad al límite. Empezamos todos con menos salario para poder trabajar todos, ya que la empresa nos dió a elegir, o eso o una mini selección, y renunciamos un més al sueldo completo. Pero valió la pena, aunque al principio no pudiese aguantar mucho, esas 40 horas semanales fueron adaptadas. Era como una vida militar, en alguna forma, 8 horas de dormir, 8 de trabajo, y estudio, gimnasio, películas (la era de "Knight of Cups"), algún libro y limpieza de casa al máximo. Levantarse a las 4, desayunar a saber si a las 8 o 10, o cenar a las 7 u 8 y acostarse a las 22 o 00 si era de tarde: algunos hábitos aún los mantengo- excepto ese madrugón. Un sueldo mísero de menos de 700 euros, menos de 3.75 horas las horas extra, pero todos elegantes y con zapatos. Y yo, feliz.

Estaba por fin en un trabajo respaldada, donde si era sí era válido pero si no, lo que tocaba, no, y con respaldo. Sola o acompañada, casi siempre era feliz en los grupos, y en el trabajo. Venía de malos sitios, de ver series como "Skins" en el que la verdad, me sentía como una de esas adolescentes pero sin haberme drogado, y encontré gente con la que hablar, analizar, reír y trabajar en el trabajo, cada cosa cuando tocaba. No todo era tan "rosa", ya que había momentos duros de contestar, aguantar novatadas, quedar como la rubia de "Don Jon" esperando ser alguna Gilda o analizar con algún géminis el sentido de la vida y los horarios. Y con jefes agradables pero no por hacer la pelota, con anécdotas como los céntimos y "regalos" que les hacía a los militares que vigilaban y leían, el oficial y caballero inolvidable y, también, los cursos de criminología, psicología y los hurtos inolvidables de yogures y cremas que aún no entiendo, o personas trabajando efectos de alcohol de forma improcedente, o gente fumando donde no debía... Pero tras dos bajas, el despido, y lloré, pero no podía ir conduciendo tomando benzodiacepinas recetadas al aeropuerto...

Volví a hacer promociones. Siempre divertido. Siempre gente, siempre fiesta. Bombones, perfumes, caramelos, limpiary risas, eso era mi trabajo. Al máximo, superándome y algún día incluso a Paco Rabanne en ventas: Prada también fue victorioso. 

Volví pero igual, huelga y despido. Está vez, en vez de cosmética y perfumes, alcohol, y yo, que aún no me sé las categorías, aprendiendo mientras vendía. Añoraba algún expositor o degustación como ese verano donde había copas incluso a las 6 de la mañana...

Y la última y ojalá no definitiva vez que acudo, el calendario de Aena. Azafata y repartidora, promotora y vendedora. Y está vez con Victoria Secret y caracolas de postre. Paseos, gente y alegría.

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